En las sombras eternas de hielo y fuego
un hombre caminando sollozaba
estaba perdido, nadie lo guiaba
en la oscuridad repetía su ruego.
En la tierra de las sombras camina,
a la puerta de la divinidad,
pies descalzos en la antigua ciudad,
sobre el desierto, cenizas latinas.
En las sombras descubrió caras toscas,
del emperador de la luz oscura,
con ojos embargados de locura,
se sintió caer en las garras rojas.
Una luz destellante lo libró
al vacío, como si un ave en vuelo
un alma se tambaleó por el viento,
fue ella, su amada, quien lo confortó.
Aram A. Hernández Martín.
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