La vieja
Celestina se encontraba caminando por las antiguas y polvorientas calles del
aun más añejo pueblo. El sol se ocultaba de ella entre las nubes, o al menos
eso es lo que se creía en esos días, aportando una ligera luminiscencia que en
estos tan calurosos tiempos se agradecía mucho. Mientras la anciana caminaba
entre callejones y pasadizos con su cesta rebosante de hierbajos colgando de su
mano izquierda, los transeúntes se apartaban agachando la cabeza o se metían en
casas y negocios; su canoso pelo en cascada se movía con la suave brisa iba
vestida con un roído vestido del color de la leche agria, así como con unos alpargatas
ya casi sin suela. Los niños que se encontraban con ella hacían una de dos
cosas: la primera, salían despavoridos entre sollozos; la segunda, le gritaban
palabrotas y le arrojaban comida podrida; a lo que la vieja bruja respondía con
una gran carcajada que los obligaba salir corriendo también.
Mi madre me contaba que esa mujer
era tan vieja que cuando ella era niña ya le decían vieja y antes que ella, mi
abuela había dicho lo mismo. A mí eso me parecía y aun me parece una
exageración pero qué razón tendría mi madre para mentir; mi padre decía que
había llegado de un lejano lugar hace más de cien años. Pero la verdad es que
nadie sabía a ciencia cierta de dónde venía ni cuantos años tenía, lo que sí
sabían bien era que si querían un elixir para el amor, curar lo tullido, el
dolor de pies o hasta embrujar a alguien, a ella tenían que acudir.
Un día la seguí por las afueras del
pueblo hasta una pequeña casita con una chimenea de piedra negra. La vieja entró
con calma por debajo del portal, yo como pude la seguí hasta dentro. Por fuera
parecía derruida, pero por dentro se encontraba llena de adornos caros y
porcelanas orientales. La mujer salió detrás de mí, proyectando una sombra amenazante.
- ¿Qué haces aquí? -. Susurró en mi oído - ¿Quién eres y qué buscas? -. Yo, con
el corazón latiendo como loco me fui rotando sin despegar la
mirada, y conforme me giraba, sentía más una esencia extraña en ella. Me quede
lleno de sorpresa, pues estaba experimentando sensaciones que ni siquiera había
imaginado. Ya no sentí más miedo, y así, quedé a unos tres pasos de la anciana.
- Soy Juan -. dije ya mas determinado. – Quer… quería saber… -¿Sí? -. me
respondió. - ¿De dónde es usted? - la vieja me vio con una mirada divertida. - De
donde los arboles cantan y charlan consigo mismos -. me dijo con un tono de voz
divertido. - ¿Es una bruja? -. le pregunté. - No, pero si quieres te puedo
contar qué soy -. me dijo en tono cada vez más alegre. Le contesté con un
asentimiento. - Entonces escucha con atención
-. No tuve otra opción más que obedecerle, Serré los ojos
y entonces ella empezó a murmurar algo que no entendí, parecía que hablaba en
otra lengua,
me dispuse a preguntarle qué estaba haciendo, pero antes de que pudiera hablar
vi una luz brillante a través de mis párpados
y después sentí como si cayera por un precipicio. Caí en algo
duro como roca, luego, todo a mí alrededor se sentía frío, y quedé inconsciente.
Aram Alfredo Hernandez Martín.
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