El blog de literatura renacentista


El blog de literatura renacentista

Publicación de los alumnos de la licenciatura en Letras Hispánicas de la Universidad Autónoma de Aguascalientes (Gen. 2011-2015)

sábado, 2 de junio de 2012

Un día en Salamanca


Fernando se dirigía a la universidad. Salamanca estaba fría mientras caminaba por sus calles,  mientras Escuchaba cómo las hojas caían y los perros que sin motivo alguno ladraban. Así eran las caminatas de Fernando, causando ruido por cada calle transitada. El eco de los perros se escuchaba en las calles que rodeaban el trayecto de Fernando. La ciudad entera ladraba y los árboles parecían rendirse con sus pisadas. No le agradaba mucho, pero con el tiempo se acostumbraría.
Al llegar a la universidad sintió el primer día sobre él y no sólo por el lugar en donde se encontraba: la responsabilidad caía sobre sus hombros como ninguna otra ocasión en su vida.  La carrera de Derecho era de prestigio ya que era la mejor que se podía elegir y la que mejor oportunidades le podría brindar. En la ceremonia de bienvenida a los de nuevo ingreso, les explicaron en lo que consistía su carrera, la importancia de su trabajo y, por supuesto, los horarios. La biblioteca era un lugar que le interesaba mucho a Fernando. Prácticamente ésa fue una de las razones por las cuales quiso entrar a Salamanca. La biblioteca prometía mucho, y lo comprobó cuando, por la tarde, después de rondar por los corredores, encontró la entrada a la biblioteca. Nunca había visto nada parecido. “Esta es la razón por la cual es la más preciada del imperio”, pensó mientras respiraba ese olor a libros sabios. Era importante que localizara los libros que iba a emplear para la carrera para facilitar su búsqueda, evitar contratiempos ya que los libros eran pocos. Había más alumnos que libros.
Pasaron las horas entre las páginas y los tomos. No sólo le interesaba la materia política, sino que admiraba a un poeta italiano: Petrarca. Mientras buscaba más poemas del italiano, un ruido le sobresaltó. En realidad, no estaba solo en la biblioteca, como él creía. Ya era noche y la reunión nocturna para los nuevos ingresos estaba en curso. Un olor a flores, un olor cálido y dulce, lo iba dirigiendo a el origen del ruido. Era esbelta, alta, un cabello negro y tez morena. No hablaron, en realidad, pero en sus ojos ya habían hecho una promesa. No fue una mirada típicamente normal. -Me llamo Elicia- dijo la flor negra que tenía frente a él. -Soy Fernando.- dijo entre suspiro y susto-¿No deberías estar en la festividad? La biblioteca no es muy interesante en este momento... por lo menos, no lo era- confesó Fernando mientras se acercaba cada vez más a ella. -En realidad, me dirigía hacia allá, cuando tropecé con la mesa. Mi vestido se atoró con una astilla.- Lo dijo reflejando vergüenza, pero él no se fijaba en su rostro rojizo: sus labios lo tenían cautivo. Sin pensarlo (pensar fue una cosa que hizo mucho después) la tomó entre sus brazos y la besó. Ella no puso resistencia. Después de un beso, ella se apartó- Voy a la reunión, ¿vienes?- Mientras caminaban hacia la salida de la biblioteca, Fernando notó que traía libros en la mano- Adelántate, devolveré éstos.- Estaba buscando los estantes correctos, desesperado ya que la mujer flor lo estaba esperando. Cuando encontró el lugar correcto, dejó los libros. Sin embargo, hubo uno que le llamó la atención. El libro sin pasta del fondo no tenía la etiqueta de la biblioteca, y tampoco tenía autor. Parecía una obra de teatro donde el último capítulo estaba incompleto. Invadido por la intriga, se llevó el manuscrito.
Cuando llegó a la reunión, lo primero que hizo fue buscar a Elicia. No la encontraba por ningún lado, por lo tanto decidió esperarla. Tomaba vino tinto, mientras platicaba con sus futuros maestros y colegas. Estaba realmente entusiasmado por iniciar. Se dirigió una vez más a la zona donde tenían las bebidas. Mientras se servía un poco más de vino tinto, observó a la mujer flor que llegaba a la reunión. Pero no llegaba sola. Un joven, de seguro futuro compañero de clase, alto, con barba (realmente imponía su presencia), la tomaba de la cintura y la besaba. Se acercaron a las bebidas, donde estaba Fernando. La mujer flor parecía no conocerlo.
Fernando se dirigió a las habitaciones de la universidad. Cuando encontró la suya, estaba vacía. Aún no regresaba ninguno de la reunión. Un sentimiento de frustración e ingenuidad lo invadieron. No podía hacer nada más que pensar en aquella mujer flor que lo había humillado. Dejó el libro que había tomado y lo colocó junto con sus libretas. Mientras el tiempo pasaba de manera irreal y mentirosa, la puerta de su habitación se abrió. -¡Hola! ¿Qué tal la reunión, eh?-. Fernando no escuchó nada. El joven que había besado a la mujer flor, el que la había tomado de la cintura, estaba saludándolo. Su compañero de cuarto empezó a desvestirse para dormir- ¿Cuál es tu nombre?- preguntó mientras hacía esfuerzo por quitarse los pantalones.- Fernando, ¿cómo te llamas?-. En realidad, no quería saber su nombre. No le interesaba en absoluto. La mujer flor tampoco existía para él- Hernán – dijo mientras sacaba toda su ropa y la acomodaba en los cajones.- Mucho gusto- dijo Fernando.
La criatura que más quería desaparecer en ese momento estaba dormido un metro de él. Pensó en un millón de posibilidades para desgraciarle su siguiente día. Empezó a revisar sus libretas: la firma “Cortés” estaba por todas partes. Claramente, su ego era envidiable. Fernando ya había perdido las fuerzas, y destruir sus libretas le pareció infantil. Antes de dormir, recordó el manuscrito que había encontrado. Al abrirlo en la primer página, leyó el nombre “Celestina”. Leyó todo lo que alguien ya había escrito. Estaba inconcluso. No encontraba lápiz, así que tomó el de Hernán. Empezó a escribir lo que a ese libro le faltaba. Lo único que le quedaba era escribir. Como dedicatoria escribió: Para la mujer flor, robada como este libro. En la primera página se leía “Fernando de Rojas”. 

                                                                                                            Helena Colombé

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