El blog de literatura renacentista


El blog de literatura renacentista

Publicación de los alumnos de la licenciatura en Letras Hispánicas de la Universidad Autónoma de Aguascalientes (Gen. 2011-2015)

lunes, 18 de junio de 2012

Defendiendo la realidad dentro de las realidades individuales


Por Nayra Neovalerious


Abstract: No se puede hablar de moral en un mundo donde la decadencia y el caos son el pan de cada día. Cada individuo construye su realidad conforme a sus experiencias y lo que aprende del entorno en el que se desarrolla. Debemos recordar que el lenguaje no define al mundo y que es posible verlo de distintas maneras sin que nuestra visión de la realidad sea errónea.
La situación en Europa del siglo XVI es un mundo de revoluciones religiosas, crisis económica, guerras y una exagerada producción de cuentos de caballerías. Ante ese situación, surge la que se puede llamar la primera novela moderna y de las primeras apariciones del pícaro en la literatura: El Lazarillo de Tormes, de autor anónimo. Este libro nos muestra una realidad de decadencia, donde el personaje principal, Lázaro, aprende acerca de la crueldad del mundo desde pequeño y de la corrupción del ser humano mientras trabaja como criado de diferentes personas. El personaje del pícaro no tiene dignidad, vive en las peores condiciones de pobreza y no puede salir de su situación por más que se esfuerza. Esa es la vida de Lázaro.
Ante una visión tan fatalista de la vida, no podemos decir que hay valores y antivalores en la obra, o bien, una moral como tal. No se debe ver con ojos de nuestro tiempo y bajo nuestras reglas una situación que no se ha vivido por cuenta propia. Pensando en la forma de interpretar el mundo de ese entonces entre todo ese caos, se llega a la conclusión de que hablar de buenas costumbres, cualidades o un comportamiento adecuado termina siendo absurdo. La estructura mental del personaje consiste en el hecho de sobrevivir, sin distinguir el bien del mal. No los conoce. Los únicos males son el hambre y la crueldad.



Un hecho que se debe recordar y muchas veces se olvida, es que el lenguaje no define el mundo en el que vivimos; si no que llega a limitarlo. Esto es notorio cuando se analizan y comparan diversas lenguas, llegando a la conclusión de que algunas tienen palabras que definen conceptos que no existen para otras, pues hay definiciones más especializadas o se toman en cuenta ideas poco entendibles para las demás culturas. Es posible, entonces, que una cosa no exista dentro de nuestro propio universo si no es nombrada. El ser humano pretende explicar todo lo que lo rodea con sus ideas preconcebidas, negando en muchas ocasiones otras formas de ver el mundo. Después de todo, éste existe como lo conocemos gracias a nuestra necesidad por definirlo. Por lo tanto, existe la posibilidad de más interpretaciones, de cuestionar todo lo que conocemos y de tener una visión amplia ante la idea de que cada mente posea una realidad jamás errónea del mundo. A pesar de que habitemos dentro de una sociedad y debamos vivir bajo ciertas reglas para mantener el orden y la armonía, eso no quiere decir que, individualmente, nuestra realidad sea siempre correcta. Después de todo, cada persona posee una mente con su propia interpretación del mundo que jamás concuerda completamente con la de otro ser humano. Ésta se mezcla con los puntos de vista de otros seres para crear la realidad en la que vivimos, es por eso que, mediante cada idea y cada descubrimiento, conformamos lo que llamamos “humanidad”. Tenemos un sistema de ideas preconcebidas tan fuerte que, cuando hay algo que trata de romper con ese equilibrio, inmediatamente tachamos aquello como incorrecto. Debemos comenzar a cuestionarnos si realmente es así, o si simplemente no podemos lidiar con la idea de que no sabemos, en realidad, absolutamente nada del universo en el que vivimos. Muchos prefieren ignorar ese hecho y permanecer en su área de confort para que todo simplemente siga funcionando como lo ha estado haciendo desde hace tiempo. Aún así, los pequeños “errores” en esta gran realidad que conocemos siguen haciéndose presentes.
Como hemos mencionado, dentro de nuestra sociedad también comenzamos a definir cosas para mantener cierto control. Desde un principio le enseñamos a las nuevas generaciones nuestra concepción de “bueno” y “malo”, basadas en creencias religiosas, experiencia propia, o en reglas creadas para mantener un orden en la convivencia con otros. Esos conceptos se quedan muchas veces en nuestras mentes como algo fijo, algo que simplemente es así porque fue de esa forma como nos lo enseñaron. Sin embargo, hay la posibilidad de dudar de esos conceptos si se toman en cuenta esas experiencias y visiones propias de cada individuo. Es por eso que considero que El Lazarillo de Tormes es una obra donde la moral no importa, aunque se piense que en ella se encuentra una gran cantidad de antivalores. El mundo de Lázaro va más allá de lo establecido, y funciona bajo sus propias normas basadas en su experiencia de vida. Aquí es cuando surge por primera vez la figura del pícaro, la cuál va más allá de los héroes con una moral intacta que se mostraban en las historias de la antigüedad, y muestra una visión más decadente y realista, de cierto modo, del ser humano.
Antes de comenzar a analizar el por qué de la inexistencia de antivalores, debe tenerse muy clara la situación histórica, económica, cultural y social de la época. De ese modo también se podrá entender el por qué de la aparición del pícaro y por qué la moral no debería de tomarse en cuenta para definir los sucesos que ocurren en la obra. Tomemos en cuenta que El Lazarillo apareció en 1554. La situación de ese entonces era la siguiente: desde 1517 hasta 1556, España estaba ligada a la empresa imperial que se paga con dinero castellano, el tesoro americano e hipotecando los bienes de Castilla, hasta el punto de que Felipe II tuvo que declarar la bancarrota del estado en 1558 pues, desde 1550, la situación era insostenible. Dos revueltas populares llamadas “comunidades” y “germánicas”, fueron aplastadas. La primera era de carácter social y político en la que estaban involucradas muchas ciudades y muchos conversos. Además, había constantes guerras en Europa por mantener el poder en Alemania, hubo conquista de las tierras más ricas en América y hubo graves conflictos religiosos por parte de la Reforma de Lutero, la intervención de Calvino y, finalmente, el Concilio de Trento con la Contrarreforma. El crecimiento de la población fue de unos 10 millones, los cuáles se concentran mayoritariamente en Castilla. Por ese gran número de población, la riqueza está injustamente repartida y la sociedad fuertemente jerarquizada valoraba por encima de todo el dinero. Sin importar la clase, se puede ver cómo claramente éste es uno de los temas que más está en la mente de las personas.
En cuanto a las clases sociales, el clero y la nobleza son privilegiados ya que no pagan impuestos, estaban obsesionados por la opinión, el honor, y por la limpieza de sangre. Desprecian el trabajo manual y el comercio menor, y tienen un afán por la ostentación, cosa que afecta paulatinamente en el estamento popular.
Por otro lado, están las clases populares que son víctimas de un mal uso del oro americano: hubo un alza espectacular de precios, una abrumadora subida de impuestos y un enriquecimiento de Europa por parte de las clases sociales más altas. Los campesinos se empobrecen y comienzan a emigrar a las ciudades, aumentando con eso el número de mendigos. El hambre, además, se vuelve endémica.
En cuanto al aspecto cultural, literario y religioso, debemos de tomar en cuenta que las ideas de Erasmo siguen en el aire. Sus obras ya habían sido traducidas desde principio de siglo, y sus ideas están presentes en los intelectuales más famosos. Éstas tienen que ver con el cristianismo interior, la propia interpretación de la Biblia, la reforma del clero y un rechazo hacia las obras de caballerías por su inverosimilitud. En ese entonces abundaba una literatura de evasión de la realidad. En la década de 1544 y 1554 hay escasez en la prosa de ficción. Sin embargo, desde 1551 se ensayan formas narrativas que desembocan en lo que podría ser un indicio de la novela moderna: El Lazarillo de Tormes.
La caída de los ideales erasmistas en 1533, y la aparición de la Compañía de Jesús dan paso al Concilio de Trento, y con éste la Contrarreforma.
Es por eso que encontramos tanta estabilidad en el Lazarillo. Las ideas religiosas que solían ser firmes comienzan a tener percances, la situación económica es pésima (en especial para las clases sociales bajas), el hambre abunda, hay periodo de guerras y la literatura que trata de evadir la realidad abunda. Es posible que sea por eso que ante esa situación, alguien decidiera criticar a la sociedad o describir lo que estaba ocurriendo a su alrededor. Es aquí cuando una posible picaresca sale a la luz.
Ahora bien, ¿cuál es el personaje del pícaro que surge en ese momento? Como ya se había mencionado, en ese entonces abunda una literatura cuyo héroe siempre es perfecto y busca el amor o la aventura. Ante eso, se presenta un “antihéroe”, cuyo contexto es, por lo general, el de un hijo de padres “viles”, el cuál, urgido por la pobreza, se dedica a robar, en ocasiones haciéndolo por simple vicio. Generalmente es un mendigo que carece de ocupación fija, recorre una geografía real y se encuentra solo en medio de una sociedad hostil que está constantemente recordándole sus condiciones de vida. Una de sus preocupaciones mayores es el dinero y subir en la escala social, aunque no siempre lo logra. El dinero que logra ganar difícilmente lo obtiene de manera honrada. Suele tener una apariencia muy descuidada y si llega a tener relaciones con las mujeres, todo termina mal. Además, hay un punto en el que se dignidad deja de importarle y se vuelve en un objeto del mundo que lo rodea, un simple accidente en el paisaje cotidiano. Su lenguaje suele ser una parodia del de los caballeros y cae constantemente en la ironía. En fin, como se puede ver es un ser desdichado que simplemente está en esa situación gracias a las circunstancias sociales que lo rodean, y por más que se esfuerce no puede salir adelante ni salir de ese círculo vicioso.  Es, además, un observador de aquel mundo decadente donde la falsedad de lo que parecía sagrado o noble se hace presente constantemente.
Ante esas condiciones de vida es imposible pensar en comodidades, buenas costumbres y moral. Lo primero que viene a la mente es ese instinto con el que nacemos: el de sobrevivir; además, este se vuelve aún más fuerte cuando se vive en un ambiente hostil donde el ser humano va aprendiendo, mediante la experiencia y la observación de su medio, cómo moverse en este mundo. Las condiciones de las que se aprende a vivir, como ya se vio anteriormente, no son las más adecuadas. La moral, además, siempre viene con la dignidad, y ante la necesidad de salir adelante en vida, ésta se pone en un último término. Lázaro, desde el primer párrafo del libro, nos muestra su situación decadente:
(…) Mi padre, que Dios perdone, tenia cargo de proveer una molienda de una acena, que esta ribera de aquel río, en la cual fue molinero mas de quince anos; y estando mi madre una noche en la acena, preñada de mí, tomole el parto y pariome allí: de manera que con verdad puedo decir nacido en el río. Pues siendo yo niño de ocho anos, achacaron a mi padre ciertas sangrías mal hechas en los costales de los que allí a moler venían, por lo que fue preso, y confeso y no negó y padeció persecución por justicia. Espero en Dios que esta en la Gloria, pues el Evangelio los llama bienaventurados. En este tiempo se hizo cierta armada contra moros, entre los cuales fue mi padre, que a la sazón estaba desterrado por el desastre ya dicho, con cargo de acemilero de un caballero que allá fue, y con su señor, como leal criado, feneció su vida.[1]
En esa condición de pobreza y ante las primeras visiones de su infancia donde su madre, después de la muerte de su padre, tiene un hijo con un esclavo, es claro que no tiene las bases de una familia sólida ni vive en las mejores condiciones. Por eso y por su desarrollo durante todo el libro es por lo que se podría decir que empieza a aparecer un pícaro en la literatura, representado por Lázaro. En un principio, él llega a darse cuenta de su condición a pesar de que es muy joven para entenderlo. Más tarde se va de casa ante la posibilidad de ser el criado de un sordo y obtener mejores condiciones de vida. Sin embargo, poco a poco se da cuenta de lo que ocurre en el mundo y cómo la corrupción rompiendo con las anteriores visiones del bien absoluto es lo que hace que la gente pueda vivir en las mejores condiciones. Las trampas, al parecer, son la única arma en un mundo hostil. La dignidad es nula, pues el personaje piensa en mantenerse con vida sin importar qué pase a su alrededor. El único mal para él ya no es el delito, sino el hambre y la crueldad con la que la vida lo trata. Así es como la experiencia propia del personaje al toparse con diversos hombres que le muestran su verdadera cara detrás de una máscara que aparentan en la sociedad, también existe el principal motivo del Lazarillo en toda la obra: alimentarse. Ese es el motor que lo empuja a buscar la manera de obtener la comida de la manera más fácil y rápida posible. Así, viendo los modelos de corrupción, avaricia y demás males reflejados en sus dueños, se da cuenta que imitando esas actitudes es posible aprovecharse de la gente y obtener lo que se quiere. Pero no sólo eso: la necesidad fisiológica del personaje lo empuja a tratar de obtener alimento sin siquiera distinguir qué está “bien” y qué está “mal”. Él no conoce estos valores y sólo piensa en llenar su estómago. Eso se ve durante toda la obra, pero donde comienza a formarse ese punto de vista es durante todo el Tratado Segundo, cuando Lazarillo se asentó con un clérigo y éste le daba menos comida que su anterior dueño, el ciego. Invadido por la desesperación de obtener alimento, decide valerse de trucos que él mismo inventa para robar pan de la arca del clérigo. Un fragmento de esta parte de la historia dice:

Mas como la hambre creciese, mayormente que tenia el estomago hecho a mas pan aquellos dos o tres días ya dichos, moría mala muerte; tanto, que otra cosa no hacia en viéndome solo sino abrir y cerrar el arca y contemplar en aquella cara de Dios, que ansí dicen los niños.[2]

Dentro de la visión que se va formando poco a poco del mundo, tiene claro que debe satisfacer las necesidades propias y esas necesidades son las que comienzan a mandar en su cabeza. Su lógica y razón se valen de ellas. Es tanto ese dominio que su vida gira únicamente en torno al hecho de alimentarse. Esto se ve en el siguiente fragmento del mismo capítulo:

Como la necesidad sea tan gran maestra, viéndome con tanta, siempre, noche y día, estaba pensando la manera que ternia en sustentar el vivir; y pienso, para hallar estos negros remedios, que me era luz la hambre, pues dicen que el ingenio con ella se avisa y al contrario con la hartura, y así era por cierto en mi.[3]

Cuando se llega al tercer tratado, Lázaro se da cuenta de que puede valerse por su cuenta, ya que el escudero con el que está no tiene dinero ni bienes, y el siervo es el que termina alimentándolo y cuidándolo. A pesar de eso, el agradecimiento nunca llega, pues éste termina por huir de las deudas que tenía y dejar a Lázaro sufrir el castigo. Por suerte, las vecinas abogaron por su inocencia.
Conforme va cambiando de dueños, sigue viendo sus males. Con uno aprende de placeres mientras que con otro, un buldero, aprende la enorme corrupción que hay en la iglesia. Esto se debe al contexto desequilibrado de las ideas que había en ese entonces que ya vimos anteriormente. Había tanta divinidad que quería mostrarse cuando en realidad es probable que todo terminara siendo vil y terrenal. Para Lázaro, como observador, no existen esas bondades de las que se habla. Toda su vida aprende lo cruel que es la gente entre sí. Ante una crisis tan grande de la época, las viejas historias de caballerías tratando de escapar de la realidad, son más bien una burla para el autor del libro. Hay algo más pasando detrás, los valores de los que se habla no existen en absoluto para él, ya que mira a su alrededor y se da cuenta de la situación.  La visión de las cosas es bastante deprimente.
Ahora, ¿por qué insistir en la inexistencia de la moral en El Lazarillo de Tormes? La conclusión es más que lógica ahora. No se puede hablar de valores o antivalores porque la visión del personaje, y muy probablemente del autor, ante la vida, no se basa en eso. Su estructura mental está enfocada en el hecho de comer al día siguiente sin importar qué se tenga que hacer. El caos y la desesperación reinan a su alrededor, y las únicas esperanzas se encuentran enterradas bajo toda la confusión de esta época. Su realidad, por lo tanto, es distinta a la nuestra. No podemos juzgar con nuestros ojos y bajo nuestras reglas un mundo que no nos tocó vivir y que funciona de manera completamente diferente. Es por eso que no debe de tomarse en cuenta la moral el libro, a pesar de que tal vez pretende mostrar la pérdida de valores. Ante un mundo hostil, cada quien conforma su realidad con lo que ve y experimenta. La visión nunca es errónea, simplemente es otra forma de avanzar como se pueda en esta vida.






FUENTES CONSULTADAS

·      AYUSO DE VICENTE, Victoria. Guía de lectura de “El Lazarillo de Tormes”. Ediciones Akal, España, 1994.
·      ANÓNIMO. El Lazarillo de Tormes. Ediciones Creedimar, México, 1993.



[1] ANÓNIMO. El Lazarillo de Tormes. Ediciones Creedimar, México, 1993. pp. 4
[2] ANÓNIMO. El Lazarillo de Tormes. Ediciones Creedimar, México, 1993. pp. 10
[3] ANÓNIMO. El Lazarillo de Tormes. Ediciones Creedimar, México, 1993. pp. 14

Una pequeña reflexión



Siguiendo el camino de la lectura: una visión al pasado

Cada vez más encuentro más respuestas del por qué yo estoy siguiendo este camino. Habito entre un mundo de ideas, de pensamientos ajenos, de puntos de vista ajenos al mío que me hacen pensar que no existe una realidad como tal de este mundo: vivo en un universo de letras. Algunas personas, especialmente los que no son lectores, me han dicho que la gente lee para “evadir el mundo real”. Sin embargo, he notado que muchos leemos para tratar de entender lo que nos rodea, para sentir la vida, para buscar respuestas o llenar nuestro espíritu. Leyendo entendemos que no somos los únicos que somos invadidos por tantos pensamientos. Pienso que lo que se ha escrito es realmente lo que nos entrelaza como seres humanos. Sólo con esos lazos podemos llamarnos humanidad.
Entre esas reflexiones que van cobrando cada vez más sentido en mi cabeza, llegó a mí cierto día un escrito que debía leer para la clase de Literatura y cultura renacentistas y barrocas I, que hablaba sobre cómo cambiaron los libros y las bibliotecas en el Renacimiento, pasando de ser grandes pergaminos encadenados a las mesas dentro de las mismas a ser los libros accesibles que tenemos ahora. Ese gran cambio fue una revolución. La lectura se volvió más frecuente entre diferentes clases de personas, surgieron los coleccionistas de libros que sólo se hacían llamar cultos por poseer grandes clásicos de la literatura, leer se volvió un pasatiempo, se buscó la comodidad en las bibliotecas, los libros eran mucho más fáciles de consultar, entre otras cosas. Con todo lo anterior, como es de esperarse, la manera de ver los libros y la manera de leer cambió completamente.
Antes se cargaban grandes pergaminos difíciles de manipular, la manera de obtenerlos era aún más difícil y la lectura era, a mi parecer, mucho más seria y centrada. El ambiente que había en las bibliotecas no invitaba a disfrutar, parecía más bien una sala donde entrabas únicamente a buscar alguna clase de información o a leer algo de interés. Después de que los libros se volvieron más manejables la situación cambió. Como decía Maquiavelo, había lecturas sencillas o “de playa” para pasar un buen rato, y otras más serias que requerían mayor atención. Más gente obtenía con mayor facilidad los libros, y con eso las necesidades del lector, junto con un mayor ánimo por publicar por parte de los escritores, hicieron que todo aquello se volviera una industria y la cantidad de libros aumentara.
Otra cosa que empezó a ocurrir fue que el punto de vista de cómo interpretar una lectura cambió. Anteriormente se leía algo de otra época y se interpretaba de acuerdo a lo que ocurría en ese instante. Ahora los lectores pensaban diferente: deseaban leer todo para volver a revivir épocas pasadas y conversar con personajes de otros tiempos. Hay un mayor interés por conocer lo que otros pensaban y cómo lo pensaban tomando en cuenta lo que estaban viviendo.
Con todo lo anterior me pongo a pensar en nuestra manera de ver los libros actualmente. Sí, es cierto que en clase los analizamos conforme a la cultura y a la época, y creo que podemos tomar aquello para ampliar nuestros horizontes.. Últimamente he estado comenzando a entender lo que leo como si estuviera leyendo las extensiones de las ideas de distintas personas, como si estuviera abriendo las puertas de realidades distintas que interpretan el mundo, no de una manera errónea, sino siempre certera ya que puede que éste esté conformado de todas nuestras pequeñas realidades. He estado tomando la idea de que el lenguaje no define todo lo que conocemos, sino que limita una parte de un todo y, dependiendo del idioma que hablemos, hay algo dentro de éste que define la manera en la que vemos el mundo. Por ese motivo creo que escribo para entender, para sentir y para vivir lo que desconozco, ya que últimamente me he estado enfocando en explorar personajes casi completamente ajenos a mi persona. También pienso que por ese motivo, leer para nosotros debe ser una manera de explorar microcosmos, de entender algo que aún no me queda muy claro, de abrir nuestras mentes a las distintas facetas que existen en vez de seguir sólo una dirección. Creo que los lectores debemos ser lugares de paso donde de vez en cuando puedan descansar algunas ideas para luego marcharse dejando atrás un poco de ellas. Aún así es importante que no dejemos de tener una visión propia de las cosas. Ser lectores, para mí es tener la capacidad de entender que hay algo más allá de nuestra propia realidad y tener la fortuna de poder explorar algo ajeno a nosotros y de alguna manera ser parte de ello.  
Es fascinante el hecho de leer y escribir. Cada vez me doy más cuenta del por qué del camino que tomo. No me arrepiento. 


Nayra Neovalerious

jueves, 14 de junio de 2012


Implicaciones ideológicas en La Celestina
La trascendental obra de Fernando de Rojas no hubiera alcanzado la relevancia que tiene de no haber sido porque realmente significa y representa algo más que simplemente lo que el autor expone en el prólogo, donde la califica de moralizante y didáctica. A continuación intentaré esclarecer, aunque tal vez de manera escueta, las distintas implicaciones morales e ideológicas que pueden interpretarse de la obra.                
      En primer lugar, debo mencionar la más sencilla, que es la que en el prólogo expone el autor: estamos ante una obra moralizante, creada para enseñar. La intención de presentar los sucesos que expone no es otra sino la de mostrar al lector lo que sucede cuando se anda por malos pasos, cuando se hace lo que “no se debe hacer”. Para refutar esta idea, se puede decir que, probablemente, lo único que De Rojas pretendía era protegerse de las duras leyes de su momento histórico, cobijadas por la Iglesia, y de la censura que muy probablemente sufriría su obra si aceptaba que lo que intentaba hacer era un reflejo de la sociedad real. 
      Por otra parte, una interpretación distinta nos lleva a creer que tal vez el autor tuviera un desencanto con el mundo, posiblemente amoroso. Se puede determinar eso al tener en cuenta que todo lo referente al amor a lo largo de la obra se basa en engaños (la Celestina) o en simples deseos sexuales (Pármeno, Sempronio, Elicia y Areúsa). Otro punto en el que puede notarse tal decepción y hasta nihilismo del autor es en que durante toda la obra sólo existe codicia, egoísmo y el único personaje más o menos “decente” termina por ser corrompido por el resto. Como contraposición de esta idea, podría decirse que en realidad el autor lo único que pretendía era reflejar la verdad del mundo en el que vivía. 
      A mí parecer, la más acertada apreciación de la verdadera intención de la obra es la de que el autor pretendía hacer un retrato fiel de la sociedad de su tiempo. Hacer una crítica social a los antivalores que existían, a la doble moral de los nobles e incluso a la corrupción clerical. Lo que más me llama la atención es la dura sátira que hace de la hipocresía de la nobleza. En ese tiempo, los nobles debían ser considerados incluso como personas superiores, que por el simple hecho de pertenecer a una familia acomodada estaban exentos de todo vicio y perversión. El pueblo suponía que era el mismo Dios quien había determinado que ellos habrían de gobernar y tener el poder, así que merecían todo el respeto posible y tener siempre lo mejor. Fernando de Rojas se opone fuertemente a esta mentalidad y presenta, a través de su obra, la verdadera cara de la nobleza, que no es otra que la misma del resto de la gente, la gran diferencia es que ellos, los nobles, intentaban ocultarlo y aparentaban ser totalmente distintos. 
      En conclusión, creo que La Celestina se muestra como una obra revolucionaria en su época por distintos aspectos: el desarrollo de los personajes, el hecho de que los mismos ya no estuvieran manejados como con hilos sino que eran más humanos y el dominio de los antivalores a través de toda la trama. Sin embargo creo que lo principal es la intención del autor, que ya no es la de educar, concientizar y moralizar, sino que va más allá, y es por eso que su obra ha trascendido hasta nuestros días y lo hará aún después.

Isaac Muñoz Peralta

lunes, 11 de junio de 2012

Análisis de las prostitutas y la criada, Lucrecia, en La Celestina

 El mundo de los criados, en la obra La Celestina, está perfectamente representado por Celestina, Sempronio, Pármeno, Tristán, Sosia, Lucrecia y las prostitutas Elicia y Areusa. La mayoría de los criados muestran sentimientos materialistas y mezquinos y no sienten amor, ni respeto hacia sus amos. En este pequeño análisis, mostraré los por qué de las actitudes de las prostitutas, Elicia y Areusa, y la criada de Melibea, Lucrecia.

Celestina constantemente acusa a los ricos de no preocuparse más que de sí mismos, por lo que Elicia y Areúsa manifiestan cruelmente su rencor, venganza y envidia, normalmente, hacia Melibea y la clase adinerada. Estas dos mujeres representan el lado realista y crudo de la obra.

Elicia: Es una prostituta clandestina que practica su oficio en la casa de su alcahueta, Celestina. Al parecer cuenta con numerosos clientes; un señalamiento de esto es cuando se encuentra con Crito, un cliente de hace tiempo. Su único propósito es la búsqueda del placer carnal. Es despreocupada ante lo que pasa a su alrededor y de lo que no sea placentero; no le preocupa ni su pasado, ni su futuro. Un ejemplo de esto es cuando Celestina le reclama que ya es momento de consiga otro oficio para poderse mantener cuando la edad la venza Es manipulada por Celestina, por lo que crea una dependencia total hacia ella, tanto así, que se crea una especie de vínculo familiar.
A la muerte de Celestina, Elicia tiene un enfrentamiento con la realidad. Al final crea otra dependencia hacia su amiga, Areusa, visualizándola como la nueva Celestina.

Areusa: Es la manceba de un militar; la trata como su señora, ya que le paga todos los gastos diarios. Cabe destacar que el régimen del amancebamiento era una especie de estado muy similar al matrimonio, con la única diferencia que el amancebamiento llega a romperse con mayor facilidad. Por lo tanto, a Areúsa no le hace falta trabajar como prostituta en cubierto.

Conviene recordar que en el siglo XV el amancebamiento estaba permitido. Las autoridades no establecían ningún  impedimento para que las parejas integradas por dos solteros convivieran de mutuo acuerdo. Sin embargo, se  prohibía si uno de ellos o los dos estaban casados. El amancebamiento, por tanto, no atentaba contra el buen funcionamiento del orden urbano; de hecho, se consideraba que era una solución excelente para que los hombres solteros mantuvieran relaciones sexuales periódicas en su etapa de soltería.[1]

Ella vive bajo el dominio de Celestina y el rufián Centurio; la mayoría de prostitutas clandestinas contaban con un rufián al que entregaban gran parte del dinero que ganaban. Éstos cumplían diversas funciones: «defender y proteger a las prostitutas y proporcionarles clientela».

Areusa presenta una conciencia de sí misma más acusada. Es más centrada y muy lista; ya que sabe con qué personas puede tratar para llevar sus planes, como por ejemplo la venganza.

Sus amores con los criados de Calisto contrastan con la relación de Melibea y su amado.
La venganza que trama junto a Elicia no es realmente por la muerte de sus amantes, sino más bien por el desamparo en el que quedan, el odio que siente y la riqueza de Melibea; ya que no sufrirá el hambre como ellas.

Lucrecia: Representa el extremo de toda represión. Es la alcahueta de Melibea. En un principio odia a Calisto, pero, en realidad, es una pantalla ya que está enamorada de él. Lucrecia es muy parecida a los criados de Calisto, ya que su maldad sobresale en el hedonismo o el interés por la sensualidad; esto lo podemos ver en el momento en que Celestina habla sobre la vida de las prostitutas. Cuando Calisto canta con gran sensualidad sus canciones y Melibea tiene relaciones con Calisto, Lucrecia siente envidia hacia su ama. Es por ello que a Celestina no le fue difícil sobornar a Lucrecia con lejias para enrubiar cabellos y los polvos para quitar olores de la boca. Pero a diferencia de los criados, en ella no existe resentimiento alguno ante el trato de sus amos. Es hipócrita con Celestina y su trato con ella, es más que nada superficial; tanto así, que se niega decir su nombre. Al final presentará una conciencia intranquila, ya que siente que fue su culpa la muerte de su ama.

La obra La Celestina hace un contacto directo y brutal con la realidad que produce la perturbación de los personajes. Pero antes de su destrucción, estos mismos personajes, conscientes de su mérito personal, se realizan en la ambición y la intensidad de la vida. No hay duda de que cada uno tiene su particularidad de dar la visión de su tiempo y modo de vida de la época. Es por ello que es una de las obras más representativas del renacimiento español.  


Bibliografía

Wang, Zhenna, Una comparación de las prostitutas en La Celestina y Du Shinian.

Okamura Hajime, Lucrecia en el esquema didáctica de la Celestina, Articulo. Kumamoto University of Commerce. 2004

Por: @Manzayers (Claudia Dibian Arenas García)

[1] Wang, Zhenna, Una comparación de las prostitutas en La Celestina y Du Shinian.  p. 21

sábado, 2 de junio de 2012

Un día en Salamanca


Fernando se dirigía a la universidad. Salamanca estaba fría mientras caminaba por sus calles,  mientras Escuchaba cómo las hojas caían y los perros que sin motivo alguno ladraban. Así eran las caminatas de Fernando, causando ruido por cada calle transitada. El eco de los perros se escuchaba en las calles que rodeaban el trayecto de Fernando. La ciudad entera ladraba y los árboles parecían rendirse con sus pisadas. No le agradaba mucho, pero con el tiempo se acostumbraría.
Al llegar a la universidad sintió el primer día sobre él y no sólo por el lugar en donde se encontraba: la responsabilidad caía sobre sus hombros como ninguna otra ocasión en su vida.  La carrera de Derecho era de prestigio ya que era la mejor que se podía elegir y la que mejor oportunidades le podría brindar. En la ceremonia de bienvenida a los de nuevo ingreso, les explicaron en lo que consistía su carrera, la importancia de su trabajo y, por supuesto, los horarios. La biblioteca era un lugar que le interesaba mucho a Fernando. Prácticamente ésa fue una de las razones por las cuales quiso entrar a Salamanca. La biblioteca prometía mucho, y lo comprobó cuando, por la tarde, después de rondar por los corredores, encontró la entrada a la biblioteca. Nunca había visto nada parecido. “Esta es la razón por la cual es la más preciada del imperio”, pensó mientras respiraba ese olor a libros sabios. Era importante que localizara los libros que iba a emplear para la carrera para facilitar su búsqueda, evitar contratiempos ya que los libros eran pocos. Había más alumnos que libros.
Pasaron las horas entre las páginas y los tomos. No sólo le interesaba la materia política, sino que admiraba a un poeta italiano: Petrarca. Mientras buscaba más poemas del italiano, un ruido le sobresaltó. En realidad, no estaba solo en la biblioteca, como él creía. Ya era noche y la reunión nocturna para los nuevos ingresos estaba en curso. Un olor a flores, un olor cálido y dulce, lo iba dirigiendo a el origen del ruido. Era esbelta, alta, un cabello negro y tez morena. No hablaron, en realidad, pero en sus ojos ya habían hecho una promesa. No fue una mirada típicamente normal. -Me llamo Elicia- dijo la flor negra que tenía frente a él. -Soy Fernando.- dijo entre suspiro y susto-¿No deberías estar en la festividad? La biblioteca no es muy interesante en este momento... por lo menos, no lo era- confesó Fernando mientras se acercaba cada vez más a ella. -En realidad, me dirigía hacia allá, cuando tropecé con la mesa. Mi vestido se atoró con una astilla.- Lo dijo reflejando vergüenza, pero él no se fijaba en su rostro rojizo: sus labios lo tenían cautivo. Sin pensarlo (pensar fue una cosa que hizo mucho después) la tomó entre sus brazos y la besó. Ella no puso resistencia. Después de un beso, ella se apartó- Voy a la reunión, ¿vienes?- Mientras caminaban hacia la salida de la biblioteca, Fernando notó que traía libros en la mano- Adelántate, devolveré éstos.- Estaba buscando los estantes correctos, desesperado ya que la mujer flor lo estaba esperando. Cuando encontró el lugar correcto, dejó los libros. Sin embargo, hubo uno que le llamó la atención. El libro sin pasta del fondo no tenía la etiqueta de la biblioteca, y tampoco tenía autor. Parecía una obra de teatro donde el último capítulo estaba incompleto. Invadido por la intriga, se llevó el manuscrito.
Cuando llegó a la reunión, lo primero que hizo fue buscar a Elicia. No la encontraba por ningún lado, por lo tanto decidió esperarla. Tomaba vino tinto, mientras platicaba con sus futuros maestros y colegas. Estaba realmente entusiasmado por iniciar. Se dirigió una vez más a la zona donde tenían las bebidas. Mientras se servía un poco más de vino tinto, observó a la mujer flor que llegaba a la reunión. Pero no llegaba sola. Un joven, de seguro futuro compañero de clase, alto, con barba (realmente imponía su presencia), la tomaba de la cintura y la besaba. Se acercaron a las bebidas, donde estaba Fernando. La mujer flor parecía no conocerlo.
Fernando se dirigió a las habitaciones de la universidad. Cuando encontró la suya, estaba vacía. Aún no regresaba ninguno de la reunión. Un sentimiento de frustración e ingenuidad lo invadieron. No podía hacer nada más que pensar en aquella mujer flor que lo había humillado. Dejó el libro que había tomado y lo colocó junto con sus libretas. Mientras el tiempo pasaba de manera irreal y mentirosa, la puerta de su habitación se abrió. -¡Hola! ¿Qué tal la reunión, eh?-. Fernando no escuchó nada. El joven que había besado a la mujer flor, el que la había tomado de la cintura, estaba saludándolo. Su compañero de cuarto empezó a desvestirse para dormir- ¿Cuál es tu nombre?- preguntó mientras hacía esfuerzo por quitarse los pantalones.- Fernando, ¿cómo te llamas?-. En realidad, no quería saber su nombre. No le interesaba en absoluto. La mujer flor tampoco existía para él- Hernán – dijo mientras sacaba toda su ropa y la acomodaba en los cajones.- Mucho gusto- dijo Fernando.
La criatura que más quería desaparecer en ese momento estaba dormido un metro de él. Pensó en un millón de posibilidades para desgraciarle su siguiente día. Empezó a revisar sus libretas: la firma “Cortés” estaba por todas partes. Claramente, su ego era envidiable. Fernando ya había perdido las fuerzas, y destruir sus libretas le pareció infantil. Antes de dormir, recordó el manuscrito que había encontrado. Al abrirlo en la primer página, leyó el nombre “Celestina”. Leyó todo lo que alguien ya había escrito. Estaba inconcluso. No encontraba lápiz, así que tomó el de Hernán. Empezó a escribir lo que a ese libro le faltaba. Lo único que le quedaba era escribir. Como dedicatoria escribió: Para la mujer flor, robada como este libro. En la primera página se leía “Fernando de Rojas”. 

                                                                                                            Helena Colombé